Cuento de un inmigrante griego
En una fría mañana del mes de junio de 1929 un barco trasatlántico que había partido de Lisboa, capital de Portugal, llegó al puerto de Buenos Aires trayendo un centenar de inmigrantes griegos.
La gran mayoría de ellos había comenzado su viaje en el puerto de Pireo, en Atenas y unos cuantos se habían embarcado en Marsella, Francia. Una docena de ellos provenían de Rodas, una de las islas del Egeo, famosa por sus higueras, sus viñedos y sus olivos.
Todos tenían algo en común: buscaban mejorar su situación social y económica, vilmente vapuleada por la guerra y la ocupación de sus tierras por el fascismo italiano. Habían experimentado hambre, dolor e impotencia ante la situación y decidieron emigrar, dejando en sus pueblos a sus padres, hermanos, novias, tíos, abuelos y muchos amigos.
Habían oído hablar de Argentina y de sus riquezas, de sus trigales y sus vacunos y sobre todo de la gran cantidad de trabajo. Era la meta soñada y también lo fue para Sabbas, uno de los jóvenes que llegó en ese barco.
Él había decidido irse no obstante los requerimientos en contrario de sus padres y en especial de su novia, Eugenia, una chica de su pueblo y la principal razón había sido que el señor Mijali, el padre de Sabbas, era un terrateniente de Soroní y se había opuesto al casamiento de su hijo, porque Eugenia provenía de una familia muy pobre y de acuerdo con las costumbres griegas no tenían propiedades para darle al novio en calidad de dote.
Sabbas y Eugenia se despidieron la noche anterior a la partida. Él recién terminaba de cumplir 24 años de edad y ella apenas tenía 17, pero en sus corazones latía ese amor puro que caracterizaba a los jóvenes de Soroní, un pequeño pueblo griego al sur oeste de la ciudad de Rodas.
Sabían que quizá esa fuera la última noche que se veían, y apuraron los besos y las caricias, se intercambiaron cartas y promesas y con abundantes lágrimas en sus ojos se despidieron bajo un cielo estrellado.
Eugenia, le prometió una y mil veces que no se casaría con nadie que no fuera él y que lo esperaría hasta que regresara o la llevara consigo. Sabbas le prometió que apenas se instalara en Argentina le haría la "llamada" para llevarla a Argentina y casarse.
Pero nada fue fácil para Sabbas, cuando llegó a Argentina se dio cuenta que no todo era tan lindo como se lo habían contado. Ciertamente las condiciones de vida eran mejores, pero para poder sobrevivir tuvo que buscar trabajo en el campo, tarea que nunca había realizado antes.
El trabajo era duro, de sol a sol, con un descanso de una hora que apenas alcanzaba para saborear una sopa y un pedazo de pan... ¡y la paga era magra!
Continuará ..
La computadora se encuentra algo fastidiada .. Nos vemos!!
En una fría mañana del mes de junio de 1929 un barco trasatlántico que había partido de Lisboa, capital de Portugal, llegó al puerto de Bue...